lunes, 29 de julio de 2013

Educación, arte y filosofía


De entrada debo decir que con este título  no hago referencia a que en el pensum de la educación formal, en uno de sus niveles, se ofrezca la asignatura llamada Educación artística y otra con nombre de filosofía.
Lo que quiero explicitar y de lo que pretendo ocuparme es de unas coincidencias básicas por parte de quienes como intelectuales se ocupan del oficio de enseñar; a las que se llega por interés y por iniciativa soberana como sujetos de esa práctica llamada educación.  Trasdisciplinariedad y automotivación para el estudio y trabajo pedagógico que ha de deparar realización,  es presupuesto de lo planteado. Lo que el establecimiento político haya hecho norma sobre el sector y la escuela, bien podría considerarse insumo contingente de este cometido.
Esto es tanto más claro en tratándose de la filosofía que de modo intencional debe presidir y acompañar ese acontecimiento de relaciones, comportamientos y saberes, cuyo talante es desafío en posibilidades trasformadoras. Que siempre es localizado. Y desde tal condición se ha de abordar  con visión contemporánea y pretensión universal.
Otra cosa distinta es el armazón curricular de la disciplina filosófica a impartirse en los grados correspondientes para los educandos,  que es tarea de especialistas al interior de los educadores. Los cuales tendrían mucho que decir y ofrecer en la configuración de aquellas elaboraciones comunes que han de articular el proceso educativo, conduciéndolo por cauces determinados hacia eventuales puertos de formación.
De igual manera se ha de proceder en materia de forjar una visión en lo concerniente al espíritu del arte que acompañe la formación de los estudiantes, a lo que contribuye,  por su propia dimensión sustantiva y teleológica, la perspectiva filosófica a la que estamos aludiendo.
En coherencia con ello, los especialistas, militantes de específicos campos artísticos, sabrán estructurar el plan de estudios pertinente. De lo cual en tanto desarrollos de las clases, son los directos responsables; como en igual medida los son los profesores de filosofía en su accionar cotidiano de aula y, los demás colegas con sus correspondientes saberes.
Pienso incluso que, con esas mismas premisas se podría encarar el papel de la educación física, la recreación y el deporte.
Por extensión, y a través de eventos creativos que tengan por centro gravitatorio las ciencias básicas y similares, despejarse podría,  efectivamente, el horizonte formativo de los estudiantes en tan compleja misión.
Estas pautas concebidas de modo articulado, con sus conexiones orgánicas, definirían un itinerario riguroso, creativo, metodológico de construcción no formalista, no de simple requisito; de PEI, como productos altamente elaborados, escuela a la vez que renueva a los docentes, renovando la institución en un proceso sustentable de desarrollo humano.
Teniendo como escenario las instituciones educativas públicas, con y desde este activo, los educadores en sus espacios estarían construyendo una historia. La historia de construcción de sociedad desde la escuela, y desde ella, desplegando una intensa y legítima relación propositiva y de interlocución cierta con el ministerio del ramo, en tanto agente de gobierno,  del Estado.
Lo que estamos visionando a través de estos trazos, es ponerle oficio al pensamiento, a un filosofar en contexto, en el ámbito escolar.
La filosofía no es una clase con ese nombre. Y el profesor filósofo si filosofa debe materializarlo en su vida. Justo en cada día. Empezando por su relación amorosa con el estudio, con los libros. Por su profunda actitud pensante, crítica, reflexiva. En todos los espacios y, especialmente en su vida pública. Quien filosofa no da testimonio de fe. Asume la radicalidad del pensar (…)

Un proyecto educativo, la educación con mayúscula, para que sea tal,  no puede prescindir de una plataforma filosófica; es ésta la que lo (la) hace coherente, le confiere sentido y marca hacia dónde van sus pretensiones. Adolecer de orfandad filosófica, asimila la educación a una montonera temática de saberes suministrados sin ilación entre ellos y de éstos con un horizonte determinado, considerando equis presupuestos,  atendiendo a ye premisas, y pretendiendo realizar unos modos de ser y un estar en el mundo. Sin filosofía, la educación deviene en “academia” banal, anémica, al garete; sin referentes donde el espíritu ancle para debatirse y abatirse entre amenazas, fuerzas que arrecian por todos los flancos y,  con velas bien desplegadas,  abrirse al mundo.
En el contexto de lo planteado, retornamos a la dimensión artística que es esfera y manera de realizarse el ser de los humanos; y situados en el ámbito del aula, presidiendo el acto de la clase, qué sorprendente es que el educador en desarrollo de sus competencias docentes, derrochando maestría, no obstante el rostro austero del saber disciplinar (sea cual fuere), a pesar de la apariencia fría o árida de su objeto y discurso, en el momento justo y preciso echa mano a un poema, recuerda una escena de novela, pone en escena una imagen de cine,  evoca un dialogo, y como por milagro, la clase cambia, y aquel saber distante se sacude al ritmo de una honda respiración, rejuveneciéndose;  dejándose ver humano, inmensamente humano; producto de humanos. Es el frescor, la vivificante presencia del arte, como producto y recurso aliado de la didáctica en la enseñanza de una disciplina que puede gozar de especial nombradía por lo “difícil y escabrosa”, por decirlo de algún modo.
 Así entonces, eso del arte, de la educación artística en la escuela, es más que una asignatura cualquiera dada a través de una clase convencional cualquiera con características trilladas (…) como cualquiera otra en versión tradicional (…).  Que sólo modorra deja.

Ramiro del Cristo Medina Pérez

Santiago de Tolú, marzo 13 - 2013